La violencia y la criminalidad hay que combatirla “hasta por amor a la vida del asaltante o del narcotraficante”, ya que existe un grave problema en los gobiernos cuando “observamos que cunden los argumentos del tipo ‘los criminales se matan entre ellos’”, advierte Antanas Mockus, ex alcalde de la capital colombiana, Bogotá, en dos ocasiones y ex candidato presidencial en 2010, que logró reducir de 11 a 7 el número de muertes violentas diarias y disminuir en un 10 por ciento anual el número de delitos de mayor impacto.
En entrevista con Proceso, durante su visita a principios de octubre para dar una conferencia sobre transporte urbano sustentable y cultura ciudadana, Mockus señala que, de acuerdo a un estudio que ha realizado en la Ciudad de México y en Monterrey, “la causa más frecuente para justificar la ilegalidad es la familia”.
“Cerca de la mitad de los ciudadanos de estas ciudades dice estar de acuerdo con la motivación familiar para violar la ley, algunos científicos sociales llaman a esta disposición como familismo amoral”, abunda Mockus.
“La idea más común es preocuparse solamente por los más cercanos para desatender globalmente la noción de comunidad, despreocupándonos por los derechos y la integridad de los desconocidos. También hay una disposición alta a usar la violencia por temas de honor y esto puede ser un insumo sensible al tema de riñas y conflictos entre ciudadanos”, explica el también filósofo y matemático colombiano, ex rector general de la Universidad Nacional de Colombia.
-Usted plantea que muchos cambios en la percepción ciudadana se logran a nivel del discurso, resignificando el tema del combate al crimen organizado. Dos ciudades mexicanas, Ciudad Juárez y Tijuana, han sido muy castigadas recientemente por masacres, en apariencia irracionales. Frente a esto, el silencio o la incapacidad de las autoridades municipales ha sido una constante. ¿Qué haría usted si fuera alcalde de estas ciudades? –se le cuestiona.
-El discurso es central, sobre todo cuando se viven momentos de deterioro respecto a la vida humana. Un buen ejemplo fue cuando en Bogotá, durante la primera alcaldía, dijimos que la muerte de toda persona era grave. No sólo debe dolernos la vida de los “buenos”.
“Una de las evidencias de que tenemos problemas graves es cuando observamos que cunden argumentos del tipo ‘los criminales se matan entre ellos’. En el primer consejo de seguridad, cuando pregunté cuántas personas habían muerto en la Bogotá el año pasado, alguien se levantó y dijo: ‘3,600 alcalde’. Hice cara de preocupado. Alguien intentó tranquilizarme y me dijo: ‘tranquilo, alcalde, que más de la mitad de las muertes son criminales matando criminales’. Bajé la voz y le dije ‘las autoridades estamos para proteger la vida de todo ciudadano’.
“Parte del problema de nuestras sociedades es que debemos desmontar la idea de que ‘a veces’ se vale la violencia, inclusive la violencia homicida. Así si tenemos problemas de homicidios seguramente es que han cundido validaciones culturales para ello. Es bueno pensar que en Europa también te roban, no obstante, la probabilidad de que te quiten la vida por robarte es muy baja”, argumenta.
Mockus remite a su experiencia en la disminución de homicidios de Bogotá, una de las ciudades más violentas de Colombia. Afirma que se trabajó mucho en el tema de administración de la policía y la formación de los cuerpos de seguridad fue fundamental. “No se incrementó el pie de fuerza, pero se mejoró mucho la calidad de los policías”, indica.
“Además, el tema de cultura ciudadana era el centro de la gestión. Dentro del tema cultural, por ejemplo, se redujo la aceptación social a portar armas por parte de civiles, de un 26 a 9 por ciento. Esto muestra que hay temas culturales detrás de los fenómenos de violencia, pero éstos pueden ser intervenidos y transformados”, señala.
Durante su campaña reciente a la presidencia de la República, Antanas Mockus, candidato del Partido Verde, causó sorpresa entre los observadores periodísticos cuando convirtió el lema de un lápiz, en lugar de una metralleta o de una pistola, como símbolo para combatir la delincuencia.
“El futuro del país debe escribirse con lápiz, no con sangre”, mencionó en varios mítines, recalcando así el valor de la educación como principal motor transformador.
Los Medios y la Hora de la Zanahoria
-Tradicionalmente, los medios de comunicación buscan la nota dramática de las muertes y la violencia. ¿Cómo vencer esa dinámica cuando, en efecto, existen masacres muy duras?
-Yo creo que hay que hacer paréntesis comunicativos sobre la ciudad. En Bogotá, logramos una cosa que eran como momentos que tenían su lado vistoso. El periodista sabía que podía ensayar conmigo.
“En el festival del rap, con raperos de fondo, hice un discurso. Uno de los periodistas se quedó y me dijo ‘yo quiero hacer una cosa distinta, por qué no rapea usted también?’ El grupo de raperos se puso a darme ejemplos, del a, b, c del rap y entre todos construimos la letra y durante una semana dialogamos.
-¿Cuál era la idea?
-Uno de los raps era que podemos comunicarnos por el bien de la ciudad. La televisión se presta mucho para este tipo de acciones. Una vez me disfracé de grillo y enfaticé la regulación de la conciencia. Como Pepe Grillo, de Pinocho. Una vez salí con una zanahoria enorme amarrada a las espaldas.
“La hora de la zanahoria, ya había salido como medida para combatir la inseguridad. Un estudiante va y me cuelga una zanahoria gigante en las oficinas de la alcaldía. Fue un regalo que consideré durante mucho tiempo. El me dijo ‘usted siempre da en el clavo’”.
La Hora de la Zanahoria o también conocida como “la hora sana”, fue implementada en 1995 por Mockus para restringir el horario de la venta de bebidas alcohólicas en bares y expendios de licor para disminuir los crímenes violentos a altas horas de la noche.
Mockus también aplicó otras medidas consideradas inicialmente como excéntricas por los medios, como la prohibición de los juegos pirotécnicos o el decreto de “un día sin hombres” en las calles para que pudieran salir las mujeres, pero que dieron resultados en la disminución de la criminalidad, de las violaciones sexuales y de los accidentes automovilísticos. La clave, insiste el catedrático y político colombiano, se trata de apostarle a una nueva cultura ciudadana.
“Hay rutinas del discurso que se vuelven como lugares comunes. En la jornada de limpieza que se hizo en el DF, hay testimonios auténticos y entusiastas que he visto en video, pero otra parte hay una persona que dice las cosas que le tocan”, recuerda.
-¿Algunos ciudadanos actúan en lo políticamente correcto nada más?.
-Sí. Se trata de descolocar eso. Ahora una persona de Harvard con la que estoy trabajando me invitó a leer un artículo de un formalista ruso que se llama ‘Arte como Técnica’ y tiene una idea muy linda: el arte obliga a detenerse por algo sorpresivo, inquietante. Muchas de las maneras de hacer las cosas, según él, tenían que ver con el arte.
“En cierto sentido, la investidura como alcalde fue asumida doblemente. Todo el hardware y la infraestructura de alcalde se sigue desarrollando y también me puedo dar el lujo de otra cosa, como más abierta en sus resultados, en sus consecuencias que es el tema de los otros. De algún modo, las formas más externas de ejercicio de autoridad no me gustan.
“Una vez encargué a la secretaria general de la alcaldía que ella dirija la discusión y yo le dije: ‘lo único que voy a hacer es pintar los faules de comunicación’. El que se distrae y habla al vecino le daba un pitazo al oído. Así demostré que si nosotros mejorábamos la calidad de la comunicación, ahí en el Consejo de Gobierno la ciudad, por añadidura, mejorará en toda la ciudad.
Policía y cultura ciudadana
-¿Cómo le fue con la criminalidad durante sus dos veces como alcalde?
-Con la policía trabajamos mucho. Hubo buen entendimiento con la policía. Construimos con ella un modelo de gerencia. Una reunión de detalle localidad por localidad. Le llamamos seguimiento. Y la policía aprendió que no solamente podía pasar una lista de mercado de sus necesidades sino también determinar ‘qué va a hacer, cómo lo va a hacer, por qué cree que así va a funcionar’.
“Lo importante es que el presupuesto para la policía era la misma línea presupuestal de cultura. Cultura ciudadana era la línea presupuestal de ellos. Y la línea de espectáculos, creación artística, becas, estaba ahí también.
En el primer gobierno hubo discusiones muy bellas: pavimentar una calle podía financiarse por la línea de espacio público o por la línea de productividad. Y la moto de la policía era para cultura ciudadana”.
Un estudio de su primer periodo como alcalde, de 1995 a 1997, advierte que la idea central es que “los policías aprendan a corregir el comportamiento ciudadano de la mejor manera, sin tener que recurrir exclusivamente al uso de la fuerza y que, además de atender violaciones de normas, ayuden también a prevenirlas mediante una labor pedagógica”.
Mockus creó también las llamadas Escuelas de Seguridad Ciudadana y Frentes Locales de Seguridad. Para comienzos de 2003 existían más de 7 mil frentes en Bogotá. A través de estos organismos se promovió la organización de la comunidad y la interacción directa con la policía.
“Las Escuelas y Frente de seguridad responden a un planteamiento claramente civilista, es decir, no tienen nada qué hacer con armas sino que promueven básicamente la organización de la comunidad: que los vecinos se conozcan y que aprendan a utilizar alarmas y otros instrumentos de comunicación para apoyarse mediante reacciones pacíficas y para desatar oportunamente la acción de la policía”, aclara Mockus.
-¿Se trató de resignificar todo?
-Ahí da usted con una de las claves. Era cuidado con los textos jurídicos, había rigor normativo, y todo lo demás se puede transformar diciendo las cosas de otro modo.
Entre los logros que la propia prensa y los estudiosos de la criminalidad han documentado ante la experiencia de Mockus como ex alcalde de Bogotá están los siguientes datos: la disminución de 11 a 7 muertes violentas diarias en 2005; la reducción de un 10 por ciento anual en el mayor número de delitos de mayor impacto social (lesiones personales, robo a domicilio, a automotores y establecimientos comerciales); la disminuición de un 30 por ciento de los homicidios con armas de fuego.
En este tema, Mockus es insistente:
“En una sociedad donde la vida humana ha perdido valor no puede existir otra prioridad diferente a la de restablecer su respeto como principal derecho y deber ciudadano. La utilización de armas y, en general, el uso de la fuerza y la coerción, se convierte en un campo por el cual es necesario que transiten sólo quienes han sido designados y preparados por la sociedad para hacerlo. En pocas palabras, nuestra sociedad debe reconocer que la vida es sagrada y las armas son del Estado”.
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