Supo cultivar su leyenda porque encontró a los ingenuos que se sometieron a sus intimidaciones. Era la estabilidad, el único pasaporte para el cambio, la aliada indispensable, la enemiga invencible. Los presidentes y los secretarios de educación vivieron bajo su amenaza constante. Se creyeron su cuento. Imaginaron posible la pesadilla que les pintaba: si tronaba los dedos, las escuelas cerrarían, las calles se llenarían de protesta, el país se volvería ingobernable. Si tocaban sus intereses, nada podría hacerse en el campo educativo. Para reformar la educación habría que pedirle permiso. De muchas maneras lo dijeron los panistas: imposible hacer la reforma educativa sin el consentimiento de La Maestra. Era ella quien dictaba el ritmo y el tono; era ella quien definía lo intocable; a ella correspondería el mérito del cambio. Más aún, los cándidos que nos gobernaban creían que su sumisión era realismo. Aceptamos sus condiciones porque así es la política, confesaban abiertamente. Porque no le podemos ganar la batalla, rindámonos a ella y que sea ella quien dicte su antojo. Felipe Calderón, el presidente que llevó la alianza con Elba Esther Gordillo a la mayor indignidad para el Estado mexicano, el hombre que le entregó con desvergüenza cruciales posiciones de poder justificaba su estrategia como si fuera un acto de sagacidad maquiavélica. Nuestra alianza, llegó a decir, “no es falta de escrúpulos, es hacer política como se hace en todo el mundo”. Curiosa mezcla para el estudio de los psicólogos: padecer la sumisión más humillante y encararla con los desplantes de un cínico.
via blogjesussilvaherzogm.typepad.com
Es que, para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo priísta. Entre ellos se conocen muy bien. Supieron cortar de tajo y poner en práctica su jugada de dos y tres bandas.
Últimos comentarios